martes, 18 de enero de 2011

Walter Cassara:
Ensayo de una nacionalidad fantasma

(Versión completa en la edición impresa)
200 años de poesía argentina
Antología de Jorge Monteleone
Editorial Alfaguara

[...]

A juzgar por su longitud y por su abundante índice onomástico, este libro podría haber sido el censo de poetas argentinos más exhaustivo y actualizado que se ha publicado hasta la fecha. Sin embargo, no lo es, no podría serlo de ningún modo, ni siquiera en términos puramente demográficos, ya que el período que debería cubrir los primeros cien años ocupa unos pocos pliegos, y la considerable franja de población poética que afecta a las últimas cinco decenas del siglo XX no fue censada, por razones que no quedan del todo claras. Escribe Jorge Monteleone en una nota preliminar: “a partir de 1810, tomando como inicio la generación romántica, se incluyen poetas nacidos hasta 1959 inclusive”. Y luego, para justificar la poda, arguye nebulosamente un motivo que no es, en ningún caso crítico, sino más bien eventual: la llamada “generación del 90” –que aquí se adjudica en masa a todos los autores nacidos después del ’59– ya “ha tenido una gran difusión”.
Insisto, no soy bueno para los cálculos, pero hasta alguien tan obtuso como yo advierte enseguida que en los “doscientos años” hay por lo menos un cuarto de siglo que se le ha escatimado al lector. Sin duda, ningún trabajo de recopilación podría abarcar, humanamente y en un único volumen, un ciclo tan extenso como el que esta antología intenta presentar, pero el “corte”, esgrimido como un razonamiento crítico, no funciona: al margen de la energía publicitaria, al margen de su fortuita “popularidad”, la poesía escrita por las nuevas generaciones resulta indispensable a la hora de hacerse una idea, aunque sólo sea aproximativa, del conjunto, y no porque ella tenga un rol protagónico (de hecho, está demasiado próxima en el tiempo como para comprender su significación), sino porque sin ella, si no me equivoco, los “doscientos años” se plantan en los ciento sesenta.
De esta forma, calculando la densidad de población o el número de escarapelas repartidas, pasando las hojas del calendario hacia atrás o hacia adelante, aquí todo parece devenir ineluctablemente en una sola y ubicua época, y en una sola y ubicua generación. Dicho en otras palabras: los sesentas –con toda su carga metafórica e ideológica en la historia y en la poesía argentinas–, son en este libro la columna vertebral en donde se apoya, sin duda, lo más sólido del enfoque crítico, así como la parte más interesante de las piezas seleccionadas. Para comprobarlo basta advertir que los textos y los autores que más se destacan son aquellos que abordan algún tema vinculado, directa o indirectamente, con el testimonio histórico o los entreveros de la política. De más está decir que el resto de las páginas ilustra la periferia de este corpus central, a título de muestra divulgativa, y para cumplir escuetamente con el obligado confeti patriótico.
No es raro, por lo tanto, que también el siglo XIX –que aquí apenas se vislumbra en unos pocos especímenes momificados, comenzando por la transcripción del Himno nacional– se nos presente como un penoso desfile de próceres, una inverosímil maqueta del Billiken que nos exhorta a la pompa escolar. No es raro, tampoco, que aun el heroísmo glacial de nuestras efigies de Mayo palidezca o ralee enfrentado al zoom sesentista del compilador, y que todos los otros recorridos posibles, las otras “constelaciones de lectura” que se insinúan en el prólogo, se agoten, de un modo u otro, en remotas nebulosas. En este sentido, habría que leer en detalle el apartado “Poesía, historia y política” para entender cómo es que Monteleone logra enfocar un panorama literario tan vasto y variado con un telescopio tan subjetivo; cómo hace para sortear el enorme abismo que separa, por ejemplo, las sextinas del Martín Fierro de los juegos aforísticos de Antonio Porchia, o la lírica purista de Enrique Banchs de los exasperados miasmas verbales de Cadáveres de Néstor Perlongher.
Para empezar, habría que invertir el orden del trinomio (poesía, historia y política), porque lo que aquí queda más en evidencia es que el primer término no tiene ninguna jurisdicción específica, no opera por sí mismo, sino que es tan sólo un satélite al servicio de los otros dos componentes de la ecuación. Ello puede entenderse, tal vez, como una marca de la época, ya que en dicho apartado se examina la situación de la poesía escrita en los sesentas, profundamente involucrada con la historia y la política. En cambio, no resulta fácil entender que Monteleone, un crítico por lo demás notable y altamente calificado en la materia, pase por alto que no es posible subsumir –ni siquiera restringiéndose a la década antes mencionada– la poesía en la historia o en la política sin delimitar, aunque más no sea de un modo sucinto, las complejas mediaciones y los numerosos problemas teóricos que surgen de avecinar linealmente dichas series. Por dar un ejemplo, cuando plantea examinar el “Poema conjetural” de Borges en correlación directa con la obra de Leónidas Lamborghini según el dudoso tamiz de peronismo y anti-peronismo, el antólogo no sólo ha dado un gran salto en el tiempo, pasando por encima del contexto específico en que ambas obras se produjeron, sino que además –y esto es lo más grave– vacía de contenido la historicidad propia del hecho poético para esquematizar dos líneas de tensión ideológica que atraviesan, sin duda, una buena parte de la historia argentina, pero que no sabemos hasta dónde pueden resultar útiles –e incluso verídicas– a la hora de hacer un balance evolutivo de nuestra poesía.
Refiriéndose al texto de Borges antes mencionado, el crítico dice que “parece la imparcial descripción poética de otro prócer nacional, pero el poema fue político. Escrito en 1943 contra las corrientes nacionalistas que imperaban en el gobierno militar de entonces, pocos años después se deslizaría en su sentido ideológico como una crítica al peronismo naciente”. Luego, grosso modo, confronta el enfoque sectario y patricio de Borges con la mirada populista y la reinvención de la gauchesca que patentizaría, “pocos años después”, el autor de Las patas en la fuente. Nótese que en esos “pocos años después” hay un considerable inciso de tiempo de no menos treinta años. Nótese que estamos otra vez, aunque quizás nunca salimos de allí, a mediados de los sesenta, donde Borges ha quedado, hace mucho, bastante a la zaga de nuestra modernidad poética, girando en su peana de lumbrera “decimonónica”, como un inocuo arquetipo platónico o un egregio inspector de aves y pollos. Nótese que para dar este volantazo cronológico tan intrépido y poner a discutir dos escritores de una magnitud tan despareja, completamente ajenos entre sí y distantes en el tiempo, Monteleone ha tenido que empujar la aguja diacrónica hasta el grado cero, desechar cualquier tipo de periodización, y falsear, en consecuencia, los materiales y autores seleccionados en beneficio de una maniobra de lectura que se presenta como un inquietante frisson nouveau, pero que en el fondo es un artilugio crítico (otro más) que enmascara su bancarrota epistemológica con un vocabulario alquilado a la sociología o a la politología, en cualquiera de sus muchas jergas locales.
De todas formas, en circunstancias tan proclives a martingalas de todo tipo como suelen ser las efemérides patrias, no vale la pena preguntarse si la explicación de la historia poética que nos da Monteleone es imparcial o tendenciosa, si se enmaraña con determinadas jergas esotéricas o si mueve las piezas para adecuarlas a la cronología institucional; lo importante es que en su análisis, que otorga más relevancia a las filiaciones ideológicas que a los vínculos o a las genealogías literarias, lo sustancial no son los poemas sino las coyunturas sociales que se intentan representar o recrear. Así, el hecho poético ha sido pensado en función del montaje historiográfico y desde una visión crítica en donde se busca documentar, de época en época –aunque con un orden cronológico un poco vago, que sólo contempla la fecha de nacimiento de los autores– la Race, le Mileu et le Moment (según la amarillenta fórmula de Hyppolyte Taine), en una suerte de cruce de los Andes tipográfico o abigarrado péplum sanmartiniano, cuya brillantina albiceleste se expande, por ósmosis, a la totalidad de los autores compilados, y termina por obstruir todas las otras posibles vías de acceso a los textos.
Resumiendo, en el canon que proyecta esta antología, las voces principales son aquellas que apuntalan, de una manera u otra, los hitos de nuestra historia colectiva, o mejor dicho: los hitos de una particular y parcial interpretación de la historia argentina de estas dos últimas centurias. Como es lógico, el resto de las voces, si bien no desafinan, han perdido sus coloraturas distintivas, ocupan un lugar secundario y se evaporan, sin remedio, en el registro de la masa coral. Lo mismo ocurre con los poemas, que han sido privados de su contexto real y su función propia para enunciar, acaso a regañadientes, “la forma simbólica de una comunidad nacional”. Ahora bien, lo contradictorio es que dicha “forma simbólica”, que Monteleone ha extractado con fórceps de la Historia y aplica, ecuménicamente, al discurso poético, no se traduce en los hechos en una identidad colectiva ni, mucho menos, en una koiné o en una lengua común, sino más bien en todo lo contrario: lo que se oye, a veces de fondo y otras en primer plano, es un cántico esquizofrénico donde pasan cóndores, gauchos, caudillos, inmigrantes, revoluciones, golpes de Estado, etc.; y sobre todo pasan ideas, muchas ideas huecas, desencarnadas y fatuas, y no tanto ideas como ídolos insustanciales, simulacros precarios, ensayos de una nacionalidad fantasma, amasados en un lodazal caprichoso, según los acuerdos o desacuerdos de la hora.
Dice Charles Simic: “la crítica ideológica es siempre fija y estática. Tiene su ‘postura verdadera’ de la que nunca se mueve. Es como insistir en que todas las pinturas deben ser vistas desde una distancia de tres metros, y sólo desde esos tres metros”. Como propende al panegírico estudioso y cordial, como no manifiesta ninguna simpatía o antipatía, no resulta fácil percibir si la crítica que hace Monteleone es ideológica en sí misma, o si es, por el contrario, sólo una agreste desembocadura en donde confluye y se mezcla el discurso hegemónico con los distintos discursos antagonistas que flotan en el aire de la época. A simple vista, la abundancia y la pluralidad de los materiales aquí recopilados parecerían desmentir esta presunción. No obstante, creo que Monteleone hace crítica ideológica en una de sus variedades más perniciosas, aquella que se presenta disfrazada de intenciones didácticas o divulgativas, aquella que se asume como una mera canalización de lo políticamente correcto, nunca incurre en omisiones estruendosas, nunca se granjea adversarios ni tampoco aliados, ya que se abstiene de formular juicios positivos o negativos, aunque no de hacer inducciones sistemáticas, como equiparar poesía e historia en un orden casi natural.

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