Ricardo H. Herrera / Una meditación
Motete
Ahora mi futuro es sólo fe,
ahora mi fe es apenas un sonido
en un vórtice puro de vacío.
El sueño es la cantera de mi ónix,
las sílabas las ascuas de mi Fénix,
Nadie es mi nombre y mi saber No Sé.
Cada día es el último, el primero,
clama la noche azul, ruega la aurora,
la angustia está de parto, aún no es la hora.
Asciende el torbellino de mi calma
limpio de historia: fábula del alma,
motete de voz blanca hacia la Gloria.
Árbol del ventanal
Se mece lento el suave poderío,
tarda en reverdecer el pacará.
Con su cuerpo imponente y retorcido
como el torso salvaje de un Laocoonte
se afianza en el vigor de la vejez.
Su loor agreste es casi imperceptible:
llegar tarde, ser viejo en primavera.
Qué primavera extraña... Madurada
como si fuese un don de la memoria.
Deseado esfuerzo y cruel renacimiento
que el pacará transforma hasta un extremo
de desnudez esbelta: filamentos
de verde tierno y transparente sombra.
¡Salva a tus hijos!, grita con su forma.
Debajo de las hojas
Alivia el peso leve de tus pasos;
alberga, aun con tormenta, esta arboleda
de olmos y pinos y álamos y plátanos.
Mana amparo del viento, del fragor
del follaje quejándose; en tus ojos
reina maravillada una fe diáfana.
Retén esta confianza; el iris verde
que inerme vence al caos volverá
con voz desnuda y ávida nostalgia.
Tras los vidrios
Cabe en un puño ahora mi experiencia,
es una nuez en mi morral de invierno;
un fruto seco, acaso atormentado,
pero en tu mano irradia calidez.
Cuando estoy a tu lado, cuando te hablo
voces arrebatadamente ansiosas
arden en su interior, crepita un fuego
de hojas secas y astillas y un olor
balsámico se expande entre los dos.
Tras los vidrios, el blanco de la nieve
y sobre el blanco un tordo; su plumaje
de color azabache exalta el frío,
transmuta el desamparo del paisaje,
cambia de especie todo lo vivido.
El viento en el laurel
¡Este viento en la noche, estas pisadas
huyendo como Dafne en lejanía
a la intacta blancura de la tela
o al silencio del libro!...
También en el poema aún oscuro
habrá metamorfosis, danza pánica;
ya aspiro el infinito en el aroma
de las hojas perennes.
Así como otros aman el desnudo
y lo dibujarían para siempre,
así amo yo la sed de las palabras
tras el encanto en fuga.
Una meditación
Una reminiscencia del silencio
en la paz de la página, alba o eco
de poesía inicial; y, manso, un río
que fluye y lento pule los guijarros
con una melopea sin palabras;
tiempo fuera del tiempo, luz de luz.
Arde la oscuridad en esa luz;
en esa hoguera inmóvil de silencio,
mudas, en transparencia, las palabras
se modulan, se abisman en un eco
de pura desmemoria; unos guijarros
dan el ritmo del tiempo, el son del río.
Tiempo del sentimiento es ese río
de rupestre rumor, funda la luz
del poema que nace: sol, guijarros,
y el desnudo de un cuerpo en el silencio
ya aproxima su aroma, deja un eco
de amada oscuridad en las palabras.
En la calma nocturna mis palabras
cifran la melopea de ese río
en formas de quietud, envés del eco
si aleja la aridez y hurta con luz
la nota cotidiana del silencio:
la pena o soledad de los guijarros.
Son estudio del alma estos guijarros
de sólida tibieza sin palabras
vibrando sobre el lienzo del silencio;
comparto su pobreza con el río
que hoy fluye en la memoria y extrae luz
de un verano remoto como un eco.
La melopea de agua ahonda el eco
del tiempo recobrado: unos guijarros
que atesoré por años, una luz
intensa y apacible, estas palabras;
a la distancia, en el olvido, el río
y una casa sumida en el silencio.
El eco alucinante del silencio
aún mora entre guijarros, junto al río;
es luz, luz que alimenta a las palabras.
Etiquetas: Hablar de Poesía 19, Poesías, Ricardo H. Herrera
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